¿De amor, quizá? Porque ante un formato PDF, casi todo el mundo se derrite. Es seguro, fuerte, imperturbable. Lo puedes comprimir, enviar, retorcer, marcar, trocear o combinar y lo resiste todo, sin perder la compostura, sin alterar la disposición de la página, fresco como el momento en el que lo generaron. Es sólido y fiable, siempre disponible, el amigo perfecto.
Pues no, no tiemblan de amor, sino de pavor… ante los problemas de edición que se van a encontrar. Años y años bregando con este formato en sus trabajos diarios los han predispuesto en contra. ¿Pero por qué este formato tan inocente le tiene ojeriza al colectivo de la traducción?
Porque el Formato PDF no se inventó para ser modificado. Se inventó para ser leído.
En 1991, el Dr. John Warnock puso en marcha el proyecto Camelot para lograr que todo el mundo pudiese capturar documentos desde cualquier aplicación y enviar una versión electrónica que pudiese ser leída e impresa en cualquier máquina, dispositivo o sistema. En 1992 el proyecto Camelot se transformó en PDF (Portable Document Format) y desde entonces estos archivos visitan con asiduidad nuestras pantallas.
Sin embargo, con el intercambio masivo, este noble propósito derivó en un inconveniente. El documento PDF era un formato de publicación, una hoja electrónica impresa, al fin y al cabo. Admitía notas, recibía marcas; el receptor podía dejar señales, cortar las páginas y entremezclarlas, pero no se podía modificar el texto original. ¡¿Ah?! ¡No se puede! ¿Y qué hacemos con un encargo de traducción de PDF, cuando tenemos que modificar tooooodo el texto? Pues para eso nos pagan.
Pues que no, que el PDF no se dejaba. Era un interlocutor tozudo. Los usuarios querían modificar los documentos para complementarlos o para traducirlos. Pedían el documento de partida (Word, InDesign, PowerPoint) para editarlo y volver a generar un PDF. Pero, en cuanto empezaba a circular uno de estos archivos, nadie, absolutamente nadie, sabía quién tenía el archivo de partida. Y así seguimos hoy, enfrentándonos a un formato que no se deja.
Con el tiempo se crearon soluciones parciales. La propia Adobe tiene una utilidad que convierte PDF a RTF. La mayoría de las herramientas de traducción asistida, como SDL Trados, DejaVu o MemoQ, cuentan con filtros que transforman el archivo PDF en un archivo casi completamente editable. Pero no es tarea fácil. Este formato es de tipo compuesto: imagen vectorial (no editable), mapa de bits (no editable) y texto (editable). El problema sigue siendo que la transformación genera, a veces, archivos con un formato casi demoníaco, con una maraña de estilos, saltos de secciones y saltos de columnas que pueden volver loco a quien intenta mantener el formato original. Especialmente en la traducción de PDF, debido al inevitable incremento del texto traducido. Las cajas de texto se descuadran, los párrafos no caben, saltan textos a páginas nuevas, se alteran los estilos. ¡Nada, una joya!
En LexiaPark hemos adoptado la solución Infix PDF Editor. Este programa tiene la ventaja de que permite trabajar sobre el formato PDF directamente (pasando antes por XML). Esta edición a veces es compleja, pero nos permite evitar los filtros que transforman los textos en archivos Word equivalentes (herramienta de Adobe, filtros de importación de SDL Trados, MemoQ o DejaVu).
Si quieres desesperar a un traductor, a una traductora o a quien gestione tu encargo de traducción de PDF
- pide que el archivo traducido sea idéntico al PDF original, incluso en los mínimos detalles de maquetación,
- facilítale un texto Word convertido desde PDF, sin comprobar antes lo que ocurre cuando se amplía el texto solo un 5%,
- ignora sus peticiones reiteradas de contar con el archivo editable original (Word, InDesign, odt, Power Point), y, sobre todo,
- añade presión a su plazo sin hacer concesiones en cuanto al formato final.
Lamentablemente, deberemos convivir mucho tiempo con estos archivos, pero, al menos, deberíamos ser muy conscientes de sus limitaciones.